Carta de Horacio Sueldo los Social Cristianos

CARTA DE HORACIO SUELDO


El Palomar, Agosto de 2006.-

A los Amigos social cristianos:
I) Me urge comunicar a Ustedes algunos aspectos de mi apreciación sobre la realidad argentina, su deseable evolución automáticamente progresista y la necesaria presencia pública (en cuanto juicio y en cuanto acción) de ciudadanos comprometidos con el anhelo de un bien común nacional, como también con el permanente servicio a la construcción de dicho bien. Por otra parte, creo que son incontables los ciudadanos anhelantes de un nuevo compromiso con dicho servicio. Y esto me lleva a la urgente necesidad de un Movimiento Cívico no partidista, basado en el humanismo de raíz espiritual, exento a la vez – en cuanto tarea política – de compromisos específicamente religiosos, pues ellos tienen su propio campo en la conciencia y en la vida de cada ciudadano.
Quizás ya me está quedando poca existencia física para trabajar por tales objetivos; por eso mismo, me siento urgido a transmitir algunas bases para servir dicha necesidad. A mi entender, dicho movimiento no será posible y efectivo sin el compromiso público, activo y permanente – en cuanto pensamiento, juicio y acción – de bastantes ciudadanos (varones y mujeres) dispuestos a servir tal compromiso con plena fidelidad a una ética permanente.
II) Con ese fin, convendrá que tal Movimiento para el mejor servicio a sus propios objetivos sea capaz de buscar, encontrar y concertar relaciones estables:
a) con ciudadanos y agrupamientos independientes pero de inspiración similar o muy próxima a la nuestra;
b) con dirigentes políticos, económicos, sociales y religiosos, para intercambiar información útil al bien común;
c) con entidades y grupos representativos de diversos servicios sociales, pacíficos y constructivos: universidades, agrupamientos profesionales, Ateneos…
III) Veo prácticamente imposible que tal emprendimiento pueda realizarse (durante un tiempo de imprevisible cálculo actual) desde adentro de algún partido. Los que hoy aparecen con existencia formal dejan ver: a) los comprometidos – en diversos grados – con sus programas, sus representantes públicos y sus diversas actividades, desde enfoques ideológicos ajenos al humanismo de raíz espiritual; b) los apenas visibles a través de algún rótulo y/o de algún asentamiento físico, pero carentes de vida real.
Lo que estoy proponiendo aquí es un compromiso nuevo, para una actividad efectiva.
IV) La vida pública argentina y – dentro de ella – la vida política, están absorbidas por expectativas de poder más o menos inmediatas. El Gobierno Nacional, con superabundancia de recursos financieros, con escasez de límites legales y éticos, con insaciable sed de poder político presente y futuro, va dividiendo y captando estructuras partidarias ajenas y supuestamente opositoras. Hoy, solamente el Partido Socialista aparece libre de tal absorción oficialista. No por casualidad, sino por su propia solidez ideológica y de conducta, exhibida desde hace unos años con su gobierno en la Ciudad de Rosario y su expectativa de gobernar toda la Provincia de Santa Fe. Pero a nivel nacional, el régimen supuestamente “justicialista” parece encaminado a sucederse a sí mismo.
Quienes no nos sentimos representados por ninguna de esas opciones, debemos en cambio sentirnos exigidos, desafiados, a promover sin demora una nueva toma de conciencia, capaz de una posterior encarnadura política.
V) Con ese fin, no reincidamos en la rutinaria ilusión confesional. Dejemos en paz el nombre de Cristo, sin ofender por eso a quienes, en otros países muy diferentes del nuestro, siguen utilizándolo para su compromiso partidario. Valgámonos del propio Jesús, que hace mil años nos advirtió: “Nadie hecha vino nuevo en vasijas viejas, porque ese vino se desparrama y las vasijas se pierden. El vino nuevo, ¡en vasijas nuevas!” (Evangelio según Mateo, Cap. 9, vers. 17).
Desde una real y sana laicidad (que no es laicismo) busquemos con paciencia un nombre laico. Busquemos, también, con humildad, quiero decir: empecemos a buscar a otros, para pensar y trabajar juntos. Hay muchas personas – muchísimas más que nosotros – capaces de estar sufriendo también, esta desolación cívica; y entre esas gentes, muchas hay más jóvenes que nosotros. Tal vez si empezamos pronto, con esperanza, humildad y perseverancia, nos sorprendamos por la abundancia de ciudadanos (jóvenes o maduros) dispuestos a promover una renovación argentina desde adentro, por un humanismo de raíz espiritual.

VI) Nuestro país, degradado por un individualismo atomizante, no encontrará remedio por ninguna vía colectivista. Lo simplemente colectivo sólo expresa, difunde y tiende a imponer cantidades, no cualidades. Hasta hay animales capaces de hacer cosas trabajando agrupados. Para promover una auténtica sociedad, se requieren gentes con vocación social, o sea, de socios capaces de comprometerse en la reconstrucción nacional, mediante un sostenido esfuerzo de pertenencia y de servicio a un destino temporal compartido.
Pensemos en el poder en cuanto posibilidad de servicio, no en la acumulación de fuerza política, económica, militar, gremial, etc. Desde que los primeros seres humanos fueron comprobando la importancia de poder aportar ramas y piedras, de encender fuego, de cocinar alimentos, etc., el hombre fue aprendiendo la importancia del poder en cuanto posibilidad. De ahí, pasó con facilidad al uso del poder en cuanto dominación. No nos extrañe entonces que la Biblia nos informe en su primer Libro (el “Génesis”) que la organización posterior al diluvio derivó pronto en una dictadura, pues nos dice: “Cus es el padre de Nemrod, quien fue el primero en hacerse prepotente” (Cap. 10, vers. 8).
De ahí el encanto y la seducción del poder, no tanto para servir al bien común cuanto para conquistar más apoyo y más fuerza; también para organizar la propia sucesión por tiempo indefinido. Los pueblos que se dejan seducir por tales triunfos no pueden salir de su mediocridad intelectual y moral. No alcanzan el nivel de sociedad, permanecen como mera colectividad, como montón de individuos, que no por ser muchos llegan fatalmente a ser personas. Quedan superados incluso por aquellos animales capaces de organizar su defensa colectiva; y hasta para construir diques, como los castores.
No nos compensa ni debe consolarnos, que cierta despersonalización se vaya produciendo también en los grupos dominantes de un país, sean ellos económicos, políticos, culturales y hasta religiosos, El compromiso que nos ligó y que debe ser renovado para re – ligarnos, deja así al descubierto la realidad de una despersonalización en cuanto agrupamiento, un proceso visible también en el deterioro de ciertas conductas individuales.
VII) Emprendamos, pues, el camino de nuestra maduración en cuanto personas y en cuanto agrupamiento cívico. La mera madurez es en realidad un concepto médico, generalmente referido al comienzo de los cincuenta años. En cambio, ¡cuántas gentes se estancan mentales, morales y espiritualmente, por creerse ya maduras! La maduración es un proceso de enriquecer humanamente las vidas individuales y las de sus emprendimientos.
Cada sujeto humano debería saber esto y debería estar en condiciones de poder hacerlo. Este ideal, este mandato de la naturaleza humana (gracias a la Excelsitud Divina) debe ser enseñado, aprendido y practicado. Incluso, - por supuesta a través de la experiencia política. Insisto en un párrafo anterior, mediante esta añadidura: -¿No se podría encontrar compañeros para la nueva tarea, hasta entre profesores y alumnos de la Universidad Católica y la de San Andrés? -¿No los habrá también en algunos colegios secundarios? ¿y entre todos los asalariados?.
¡Basta, mis amigos! Enviaré copias sólo a Romero, Pardo, Bauchwitz y “Zuquy”.- Ustedes pueden reproducirlas para hacerla llegar a los demás de una lista que Ustedes mismos confeccionen.
Un gran abrazo, en Cristo N.S.-
Horacio Sueldo.

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